Réquiem para el Canciller del Presidente Balmaceda, acribillado en el régimen de Manuel Baquedano – Al servicio de la verdad
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Réquiem para el Canciller del Presidente Balmaceda, acribillado en el régimen de Manuel Baquedano – Al servicio de la verdad


Réquiem para el Canciller del Presidente Balmaceda, acribillado en el régimen de Manuel Baquedano – Al servicio de la verdad

La inmediata furia y olvido de los vencedores de 1891, expresados en el régimen de Manuel Baquedano, sumado al miedo y humillación de los perdedores, permitieron que el nombre de un intachable servidor público sea rara vez recordado. Nos referimos a Manuel María Aldunate Solar (1860–1891), canciller del Presidente José Manuel Balmaceda, hombre de ideas de avanzada. Era descendiente del Libertador José Miguel Carrera y abogado. Conoció a Balmaceda a través de su hijo Pedro, novel poeta e importante crítico literario, en las tertulias culturales que dirigía el vate Rubén Darío, desde uno de los salones del Palacio de La Moneda.

Es tan profundo el olvido de Aldunate, que incluso existen escasas imágenes disponibles del Canciller de Balmaceda.

No obstante ser director de la compañía de telégrafo americano, Manuel Aldunate tenía gran inquietud intelectual, destacándose como periodista cultural de suplementos y revistas literarias que circulaban con los diarios de la época. Ello facilitó establecer una verdadera amistad entre José Manuel y su vástago, Pedro, que fue cultivado con un afecto recíproco.

Cuando la lucha partidaria arreciaba y sus antiguos socios partidarios emigraban para la oposición –que auguraba la incubación del huevo de la serpiente– Balmaceda, padeciendo la amargura de la ingratitud, se fija entonces en el joven Manuel, nombrándolo por tanto Intendente de Malleco, correspondiéndole inaugurar en conjunto con el Presidente, el viaducto ferroviario del Malleco (Collipulli), la más emblemática obra pública del gobierno en octubre de 1890.

La primavera de ese mismo año la crisis política entre los poderes del Estado, se traspasó dramáticamente a la ciudadanía, donde una parte estará bajo las banderas del Congreso y otra respaldando al Presidente de la República, a quien reconocen como un reformador social y político. Las posiciones de ambos bandos que se exhiben en libelos acusatorios, ataques de prensa, agresiones verbales y físicas llegó a su culminación el 1º de enero de 1891. La mayoría parlamentaria declaró que el Presidente Balmaceda –personificación del mismo demonio, al que acuñaban como “champudo”, por su tupido cabello desordenado– era cesado de su cargo por demencia, replicando el Ejecutivo –una semana después– con el control único y total del poder del país, bajo la batuta personal de Balmaceda. Ello precipitó la sublevación de la Escuadra, como un soporte a la resolución del Congreso, mientras el Ejército salía en defensa del presidencialismo.

La Guerra Civil se instalaba a pesar de que la Armada congresista, con la avanzadilla de los titulares del Parlamento, se guarecieron provisionalmente en Iquique, mientras que el gobierno determina preparar una línea defensiva para abortar el seguro recalamiento de la Marinería en la costa centro–sur. Este panorama motiva que el Mandatario encomiende a Manuel María Aldunate la organización de un regimiento, que él cómo Intendente debía mandar con el grado de coronel. En pocas semanas, lo estructuró a base de cuatro mil hombres de infantería y a caballo que integró al poderoso ejército balmacedista.

Aprovechando el entusiasmo y su fidelidad, el Presidente lo designa Secretario de Estado, como Ministro de Relaciones Exteriores, Culto y Colonización en mayo de 1891. Como canciller le tocó dar honroso término a muchos asuntos que se presentaban con la actitud parcial de algunos embajadores, ante el conflicto bélico que dividía al país. Igualmente se abocará con éxito a proteger de cualquier eventualidad de la guerra civil a la numerosa colonia alemana y suiza que residían en el sur, proclamando territorio internacional a la ciudad de Traiguén y alrededores, habitadas esencialmente por ciudadanos helvéticos.

En los primeros días de agosto, se acentuaron los anuncios que indican el propósito de la Junta de Gobierno de Iquique de operar militarmente sobre el centro o sur del país.

Durante el Consejo de Gabinete realizado en aquellos días de invierno para apreciar la situación frente a la emergencia, se acordó que cada división armada con probabilidades inmediatas de batirse, tuviera un Ministro de Estado. Así el ejército balmacedista vería que el elemento civil era solidario con ellos, para soportar idénticas responsabilidades y peligros. Por ello se envió a Manuel Aldunate como Ministro de Relaciones Exteriores a la división de Coquimbo. Establecido ya en ese lugar compartirá el mando militar con el coronel Ramón Carvallo Orrego, de destacada actuación en la Guerra del Pacífico.

Cuando Manuel Aldunate tuvo noticias del desembarco de los marinos autodenominados constitucionalistas en Concón el 20 de agosto, se aprestó para trasladarse a Santiago, a compartir con el Presidente su suerte. Enterado José Manuel Balmaceda de su gesto, le ordenó incorporarse a los regimientos de caballería “Húsares” de Santiago y “Húsares” de Coquimbo. Montando su caballo y a marcha forzada iniciaron su travesía rumbo a la capital, cuando recibieron el informe oficial del desastre final de Placilla el 28 de agosto. ¡No le quedaba más que la huida o una capitulación enaltecedora! Optó por la última, pensando que su deber como jefe militar era hacer entrega de su división y como Ministro de Estado, presentarse al Congreso para rendir cuenta de sus actos.

En el pueblo de Catapilco recibió la noticia: el Presidente Balmaceda, había transferido su cargo al general Manuel Baquedano y éste por intermedio del coronel Estalisnao del Canto le ordenaba desarmar a sus efectivos y entregar las armas. Manuel Aldunate hizo reunir a los jefes y oficiales en torno a un consejo para dar cuenta de lo que sucedía. Les expresó que no quedaba otro camino que la rendición honrosa. Los viejos soldados –muchos de ellos veteranos de 1879– se resistían a deponer sus armas, manifestando que preferían morir luchando antes que entregarse. Pero después de deliberar largo rato y reflexionar, recordaron que los ganadores eran sus hermanos y confiaban en que ellos se mostrarían conciliadores y consintieron en desprenderse de sus pertrechos bélicos.

Ante eso, el Ministro Aldunate respondió el 2 de septiembre: “Señor coronel Canto: la tropa de mi mando está reunida a la disposición del gobierno constitucional desde el momento en que fue derrocado el gobierno del Sr. Balmaceda. Dignase usía ordenar que se reciba la tropa y su armamento hoy, en la Hacienda de Catapilco, donde se encuentra acampada. Le digo a Usía en contestación a su telegrama de hoy. Espero contestación. Aldunate”.

Al día siguiente, desarmados ya estos soldados y oficiales, fueron apresados Aldunate, los comandantes Abraham Garín y Caupolicán Villota y el ayudante del Ministro, el capitán Carlos Baeza.

El 5 de septiembre, muy de mañana llegaron a la Calera y conducidos a una escuela que servía de cuartel. Allí fue despojado del dinero que portaba el Ministro, como saldo de una cantidad que había recibido en Combarbalá desde el Ministerio de Guerra y de la cual pensaba dar cuenta a las nuevas autoridades gubernamentales. En las primeras horas de detención, el trato brindado a los arrestados fue muy benévolo, siendo incluso permitido y enviado por el buzón del ferrocarril una misiva escrita por el prisionero Aldunate, para su hermano Carlos, que ostentaba en ese instante la cartera del Ministerio de Relaciones Exteriores del nuevo gobierno.

Todo cambió pasado el mediodía, cuando arribó procedente de Valparaíso un piquete de soldados desprendidos de las columnas antibalmacedistas, quienes pasan a ser sus nuevos custodios. Tras propinarles una severa paliza, cerca de las 6 de la tarde, eran sacados de las celdas y conducidos hacia La Palmilla. Tanto Aldunate como Villota, en muy mal estado físicos, fruto de la golpiza, son subidos apenas sobre caballos, sin monturas, siendo hostilizados durante un largo trecho. El jefe del destacamento –inesperadamente– los hizo desmontarse y les gritó: “A ver, prepárense”.. Aldunate permaneció silencioso. Villota, en cambio muy distinto, gritó: “No, no, no quiero”. Fue también el primero en caer bajo las balas de los fusileros. Aldunate al ver desplomarse al comandante Villota se sacó su chaqueta y arrogante, valeroso y con aspecto de león herido, exclamó a la vez que indicaba su pecho con las manos: “Bueno, aquí estoy, canallas, fusílenme”…

El triste fin de su ministro y amigo, quizás precipitó en el asilado Presidente José Manuel Balmaceda, su convencimiento de no presentarse al juicio que él creía ser beneficiario como a sus correligionarios y amigos. “Estamos fatalmente entregados a la arbitrariedad o a la benevolencia de mis enemigos; ya que no imperan la Constitución ni las leyes”, escribió en su testamento político, unas horas antes de suicidarse.

El 8 de septiembre, en presencia de un pequeño grupo de dolientes, fue sepultado el cuerpo de Aldunate Solar en una tumba del Cementerio General de Santiago.

Corolario: Según el censo de 1885, Chile contaba con 2.500.000 habitantes. En sólo dos días de combate (Concón y Placilla) murieron 10.000 personas; es decir, un 0,4 % de la población. En cambio, en cinco años de campaña de la Guerra del Pacífico, 5.000 chilenos. En los ocho meses de Guerra Civil se gastó más millones que los cinco años de la guerra externa.

Por Oscar Ortiz. El autor es escritor e historiador.

Santiago, 29 de octubre de 2025.

Crónica Digital.

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