Por Rossana Dresdner (La autora)
“No solo he tenido siempre problemas para distinguir lo que sucedió de lo que simplemente pudo haber sucedido, sino que sigo sin estar nada convencida de que esa distinción, de cara a lo que a mí me ocupa, importe en absoluto”. Esta cita, de la extraordinaria escritora norteamericana, Joan Didion, resume en gran parte de lo que trata este libro. No importa lo que sucedió. Quizás ni siquiera lo sabemos. Lo que importa es lo que pudo haber sucedido. O lo que queremos que haya sucedido.
Este libro trata del alzhéimer, de la memoria, de la identidad y del amor.
Qué podemos decir del alzhéimer? Que es una enfermedad terrible, degenerativa, que produce la pérdida de la memoria y que es cada vez más común. Todos conocemos o sabemos de alguien que la padece. El Instituto Nacional de Estadísticas dice que cerca de 150 mil personas en Chile padecen de alzhéimer. Es tan común, que incluso usamos la enfermedad como broma, cuando se nos olvida algo.
Pero el alzhéimer no es broma ni este libro es un ensayo sobre esa enfermedad.
Más que del alzhéimer, “Tu memoria en mis ojos” es un relato sobre la memoria, sobre aquello a lo que nos referimos cuando decimos “memoria”, y sobre qué es, en el fondo, la identidad y cuánto de ésta se define por la memoria. Y también habla de la necesidad de pertenencia, de la búsqueda de sentido, y del miedo al vacío y la soledad. Emociones que son determinantes a la hora de construir nuestra memoria.
Y por eso digo que esta novela trata, fundamentalmente, del amor.
Respecto de la memoria podemos decir que, basta con analizar la propia para darse cuenta de que no es fiable. Recordamos muy pocas cosas claramente y la mayoría de nuestros recuerdos tienen vacíos que hemos completado, a veces solos, a veces junto a otros, de la manera que más nos acomoda. La gran mayoría de los sucesos de nuestras vidas, sin embargo, los hemos olvidado. Al punto de que ni siquiera estamos conscientes de ese olvido.
Se podría pensar, entonces, que la memoria como sustento de la identidad, está sobrevalorada.
Dónde están los recuerdos? En nuestra mente? En nuestro corazón? ¿Cuánta memoria propia tengo de lo que veo, por ejemplo, en un álbum de fotografía? ¿Cuánta memoria está depositada en ese objeto “álbum”? Pueden los recuerdos habitar las cosas? Pueden las cosas ser recuerdos?
Y, estos objetos que son recuerdos: nos ayudan a recordar los hechos o nos ayudan a construir una imagen que queremos tener de nuestra vida? Y, esa imagen que deseamos, no la construimos a partir de emociones?
Si no podemos recordar bien, y si los recuerdos que atesoramos son una selección de lo que ha sido nuestra vida, ¿cuánto incide la memoria en nuestra verdadera identidad?
La memoria no es sólo la reaparición del pasado individual, mis recuerdos, sino también una inmersión en el pasado de los demás, en una historia donde uno es actor y testigo. Es parte y al mismo tiempo está aparte. Y en esa memoria compartida, en esa historia, puede que uno de los actores tenga alzhéimer. Eso no lo excluye de la memoria compartida. Yo soy parte de la historia de mi madre y ella de la mía. Porque la memoria compartida es vida compartida.
Mi historia con mi madre, al igual que la de la gran mayoría de las hijas con sus madres, fue conflictiva. Pero yo jamás había pensado en qué haría con eso durante los años que nos quedaban. No pensaba en los años que nos quedaban. Y esta enfermedad me obligó a reflexionar con anticipación, porque el reloj ya había iniciado, de manera explícita y notoria, la cuenta regresiva. Me obligó a pensar en ella, en mí y en nosotras, y me dio la oportunidad de elegir: ¿quiero acercarme? Quiero quererla a pesar de lo que pasó entre nosotras? ¿Quiero quererla sin condiciones? Y luego: ¿puedo?
Tomé consciencia de que mi madre iría perdiendo la memoria, aquello que nosotros denominamos memoria, y que, en un momento, me abandonaría. Su mente me abandonaría. Entonces nuestro distanciamiento se consolidaría para siempre. Y supe que no podía perder ese tiempo que nos quedaba. Decidí que sí quería acercarme, sí quería quererla y sí podía quererla sin condiciones.
La elección era mía y elegí amarla.
A partir de eso, tuve la convicción profunda de que daba lo mismo de qué se acordara o qué olvidara, ella siempre sería mi mamá y yo su hija. Y que no importaba que pronto no recordaría las palabras para comunicarse conmigo, porque las había conocido toda su vida y a pesar de eso, nuestra comunicación había sido mala. Y comprobé que la comunicación primera, la básica, la que vale, no depende de las palabras, sino del amor.
Y después, cuando ella olvidó para qué servía el tenedor, o que debía sacarse los zapatos antes de meterse a la cama, o cuando se puso a hacer la maleta todos los días para irse a otro lado, o se levantaba a tomar desayuno en la noche, o cuando no supo que yo era su hija, yo seguí siendo su hija y ella mi madre. Y nos seguimos queriendo, como madre e hija.
Y comprendí que el acto de escribir también era un acto de memoria, de nuestra memoria compartida. Y este libro se encauzó hacia la historia que hoy tenemos acá.
Quiero agradecer a mi madre, quien es y siempre será, mi raíz y origen más cierto.
Como dije, “Tu memoria en mis ojos” es un relato sobre el alzhéimer, la memoria, la identidad y el amor.
Para terminar, una frase del gran Raúl Zurita, que también figura en la última página del libro, que dice: “A todos los que se mantienen vivos por el amor en nuestra memoria”.
Santiago de Chile, 3 de octubre de 2025.
Crónica Digital.