la historia y el mito de Joaquín Murieta – Al servicio de la verdad
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la historia y el mito de Joaquín Murieta – Al servicio de la verdad


la historia y el mito de Joaquín Murieta – Al servicio de la verdad

En el imaginario de los pueblos de esta América nuestra hay figuras que habitan en ese mágico espacio donde se mezclan la historia con la leyenda, donde todo es o fue posible, y el paso del tiempo agrega, modifica o confirma rasgos, voluntades y decisiones en el camino hacia la inmortalidad.

Sin ser regla general, es común también que estos personajes estén vinculados con la búsqueda de igualar un poco esa esquiva ecuación donde, por un lado, están los pocos que tienen mucho y del otro se agrupan las mayorías con sus grandes carencias y necesidades.

En Guatemala, o Guatebonita como solía decir el gran amigo, pintor y escritor Marco Augusto Quiroa, ¿quién no recuerda el nombre de Pie de Lana, inmortalizado en la novela La Historia de un Pepe, de José Milla, o más reciente a Benedicto Ruano, mejor conocido como El látigo del sur. Ambos tenían en común quitar al rico para dar al pobre.

Pero en esta ocasión quisiera compartir una visión acerca de un singular personaje, real a todas luces, si bien adornado con aires legendarios en la convulsa fiebre del oro de la California de hace casi dos siglos y cuya paternidad se disputan dos países: México y Chile.

Me refiero a Joaquín Murieta, o Murrieta, como afirman algunos, quien alcanzó a vivir apenas 24 años y dejó su nombre impreso en la historia, la música popular, literatura, teatro, cine y, según todo indica, sirvió de base para la creación de figuras de ficción, entre ellas el bandido enmascarado Zorro.

Según los mexicanos, vino a este mundo en 1829 en el desaparecido poblado de Álamos, Estado de Sonora, y murió en 1853 en la localidad de Mariposa County, de California, ya ocupada ilegalmente por Estados Unidos.

Del lado contrario, en Chile se afirma que nació en Quillota, de la actúa Región de Valparaíso y que los registros de su nacimiento, como de miles más, se perdieron durante el gran terremoto que devastó la zona en 1906 y causó una destrucción casi total.

Este es un país minero por excelencia, el duro trabajo de extraer las riquezas minerales de las entrañas de la tierra está profundamente arraigado en el código genético nacional, junto con todos los fantasmas despertados por las fabulosas fortunas, aparentemente a la mano de los más audaces y fuertes.

A los interesados en el tema les recomiendo leer la novela Llampo de Sangre, del autor Oscar Castro, quien de manera descarnada nos narra estas historias.

Por eso no tiene nada de extraño que cuando las noticias del oro descubierto en las montañas de la Sierra Madre californiana cruzaron el océano Pacífico y llegaron a las costas chilenas, muchos aquí, incluido Murieta, abordaron los barcos y se marcharon a buscar riquezas, aún a costa de sus vidas como ocurrió en la mayoría de los casos.

Sea nacido aquí, o en México, en lo que hay total acuerdo es que hacia el año 1850 Joaquín llegó a California donde lo esperaba la fama, pero no la fortuna.

Como a todos los latinoamericanos que emprendieron la aventura, los estadounidenses los recibieron con abierta hostilidad, fueron maltratados, humillados, despreciados, robados y ajusticiados.

El gobernador de California, general Persifor Smith, los acusó de transgresores, se les buscó en las minas del centro y norte de ese territorio y los expulsaron sin permitirles llevarse sus pertenencias y a quienes, a pesar de todo, decidieron quedarse, se les aplicó un impuesto de veinte dólares mensuales, en ese tiempo una fortuna, por lavar oro en los ríos.

Fue precisamente en ese ambiente en que Joaquín Murieta llegó a los Estados Unidos donde no escapó a las crueldades del momento, a las que, por cierto, tienen poco que envidiarle las que ocurren ahora, pero eso es tema para otra historia.

No se sabe si llegó casado, o lo hizo al nada más llegar. Incluso si era mexicano no necesitó viajar, porque ellos vivían allí, en un territorio que hasta dos años antes, en 1848, era suyo, pero les fue arrebatado por la fuerza y legalizado con el Tratado Guadalupe Hidalgo, que de pronto los convirtió en extranjeros.

También es un hecho que en una ocasión un grupo de mineros blancos, es decir estadounidenses, atacó a la familia y delante de Joaquín violaron y asesinaron a su esposa, lo que quebró su vida para siempre.

Los crímenes cometidos contra mexicanos, chilenos, peruanos, chinos o de otras nacionalidades permanecían en la impunidad, no contaban para las leyes locales, así que no hubo otra posibilidad que ganarse la vida por otras vías, aunque supiera que estaba en total y absoluta desventaja.

Como muchos otros en iguales circunstancias, fundó una banda conocida como “Los Joaquines” porque según la tradición todos tenían el mismo nombre y durante un par de años se dedicaron al robo de ganado, oro, caballos y otros bienes, en un constante enfrentamiento con las autoridades locales.

En 1853 se creó el cuerpo de Rangers en California para enfrentar al bandidaje y en uno de los primeros choques murieron dos miembros de Los Joaquines. Uno de ellos sería el mismo Murieta cuyo cuerpo fue decapitado y su cabeza exhibida en un frasco de cristal lleno de alcohol.

Algunas versiones señalan, sin embargo, que todo fue una impostura para cobrar la recompensa ofrecida a cambio de su captura o muerte y afirman que el frasco fue mostrado en lugares muy lejos de donde operó la banda, así que nadie podía atestiguar a ciencia cierta que se tratara de él en realidad.

Hasta aquí, todo sería simplemente otra historia acerca de las atrocidades perpetradas en la época, pero ocurrieron varias cosas, algunas de ellas separadas por casi un siglo, que pusieron la vida y muerte de Murieta en la memoria.

Una fue la publicación en 1854 de la novela La vida y aventuras de Joaquín Murieta, el célebre bandido californiano, escrita por el periodista John Rollin Ridge, y que sirvió de base para algunas películas filmadas en 1936, 1965 y 1969, donde éste es el personaje principal o forma parte de la trama.

Otra corrió por cuenta del imaginario popular, como sucedió con la tradicional cabalgata que durante muchos años recorrió el valle central de California el último fin de semana de julio, con el objetivo de conmemorar la vida del célebre bandido.

Además, su nombre está inscrito en géneros musicales, como los corridos mexicanos y las cuecas chilenas.

En los primeros se puede escuchar, por ejemplo, frases como “Cuando apenas era un niño/huérfano a mí me dejaron/nadie me dio ni un cariño/a mi hermano lo mataron/y a mi esposa Carmelita/ cobardes la asesinaron”.

Y en la cueca escrita por Pablo Neruda y musicalizada por Sergio Ortega aparece: “Mi vida, ya llegó Joaquín Murieta/mi vida, a defender a nuestra gente./Mi vida, ya responde el corazón/mi vida, por el rifle de un valiente/Mi vida, ya llegó Joaquín Murieta”.

Y fue precisamente Neruda uno de los grandes rescatadores de la memoria del personaje gracias a la cantata Fulgor y muerte de Joaquín Murieta, publicada en 1967, y llevada al teatro musicalizada por Sergio Ortega bajo la dirección de Pedro Orthous.

En el cuadro quinto de esta obra, luego de la violación y asesinato de la esposa del personaje, dice Neruda: Con el poncho embravecido/y el corazón destrozado/galopa nuestro bandido/matando gringos malvados.

Por cierto, el Premio Nobel de Literatura chileno cuando se refiere a la muerte de Joaquín utiliza el término: injusticiado.

En cuanto al uso de esta figura en otras áreas, como la cinematografía, hay numerosos antecedentes, uno de ellos en la película La máscara del Zorro, interpretada por Antonio Banderas y Catherine Zeta Jones, donde el imaginario justiciero ya no es el tradicional don Diego de la Vega, sino un tal Alejandro Murieta cuyo hermano, Joaquín, fue decapitado por un oficial y su cabeza conservada en un frasco de cristal lleno de alcohol.

Cantantes como Víctor Jara y Mercedes Sosa también han interpretado números donde se habla de aquel, a quien Neruda se refiere como “honorable bandido”, y el grupo Quilapayún creó, al estilo de la Cantata de Santa María de Iquique, la obra Fulgor y Muerte de Joaquín Murieta.

Han pasado 175 años desde que el buscador de oro llegó a California en busca de fortuna y encontró dolor, muerte y fama. Es momento, quizás, de poner fin a debates innecesarios en torno a su origen. ¿Mexicano? ¿Chileno?, no, latinoamericano es mucho mejor.

Una primera versión de este trabajo se publicó en la edición N° 151 de la Revista APG (Asociación de Periodistas de Guatemala).

Por Edgar Amílcar Morales. El autor es periodista guatemalteco y es corresponsal en Chile de la Agencia Informativa Latinoamericana Prensa Latina.

Santiago, 5 de diciembre de 2025.

Crónica Digital.

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