Por Lulo Arias
Había una vez, en los rincones polvorientos y lluviosos de Chile, un joven llamado Francisco “Pancho” Villa. No era el famoso revolucionario mexicano, aunque su nombre siempre causaba sonrisas y comentarios curiosos. Este Pancho tenía otra arma: una guitarra de doce cuerdas que parecía tener dentro un corazón propio.
Dicen que su guitarra no sonaba como las demás. Cuando Pancho pulsaba sus cuerdas, las notas se expandían como relámpagos y parecían acariciar hasta al más distraído. No importaba si estaba en una plaza pequeña del sur, en un teatro lleno de luces, o en un rincón olvidado de algún pueblo: siempre lograba que la gente guardara silencio y lo escuchara como si estuviera contando un secreto.
Pancho había recorrido caminos infinitos con su música. Tanto, que alguna vez le tocó abrir un concierto nada menos que al mentado Silvio, aquel trovador que todos conocían y admiraban pero ese día Silvio llegó antes así que fue el Silvio quien teloneo a Pancho, fue como cantar en el borde de un volcán: su corazón latía fuerte, pero sus canciones lo sostuvieron, y ese día descubrió que los sueños se alcanzan con coraje y acordes bien puestos.
Pero lo que hacía a Pancho realmente distinto era que, en cada presentación, sin importar el lugar ni el público, se atrevía a cantar “La Internacional”. Algunos decían que era un acto valiente, otros lo llamaban temerario, pero él lo hacía con convicción. Cuando comenzaba esa canción, su guitarra se volvía mágica: las cuerdas retumbaban como truenos, los acordes parecían encender estrellas invisibles, y hasta los más tímidos sentían que podían alzar la voz.
Los jóvenes lo seguían, no solo porque cantaba, sino porque creían que con él la música era más que notas: era memoria, lucha y esperanza. Cada vez que terminaba, siempre había alguien que murmuraba:
—Pancho no canta… Pancho tronaba.
Y así siguió su viaje, llevando su guitarra mágica por Chile y el mundo, encendiendo corazones como si fueran faroles en la noche.
Porque Pancho Villa, el trovador chileno, sabía que la música no se queda en los escenarios: viaja en quienes se atreven a escucharla, y resuena en quienes se animan a cantarla después.
Lulo Arias
Fundador del grupo Legua York
Santiago de Chile, 1 de septiembre 2025
Crónica Digital